XAPANA

OBALUAIE OMOLU XAPANA / SAN ROQUE

Obàlúwàiyé, “Rey y Señor de la tierra”, es un Orixa de tremenda importancia y tradición, en particular en los territorios Yoruba y Fon. Los nombres, Obàlúwàiyé, Omolù e Xapana, derivan todos de Sànpònná, nombre ligado al calor del sol, elemento segundo de este Òrìxà, que recibe por eso el conombre de Bàbá Ìgboná. En la diáspora, Sànpònná es un nombre que no debe ser repetido, debido al poder que posee este Orixa es el enorme respeto en torno de su simbología. El no es apenas un señor de la tierra y del sol, él es el patrono de los muertos , señor de la viruela y enfermedades contagiosas, que siempre afectaran el pueblo Yoruba. Obàlúwàiyé está ligado al interior de la tierra – nìnú ilé – que seria originario de Nùpé en Empé, donde seria gobernado por los Tàpà. Mas sus incursiones habrian llegando al territorio Mahì, en el antiguo Dahomé, y aterrorizó al pueblo local, que recurriendo a un bàbálàwó aprendió a calmar al temible Orixa. Hicieron entonces ofrendas de pipocas (debùrú), que lo calmaban y les contestaba. Obàlúwàiyé/Omolù construyo un palacio en el territorio Mahi, donde paso a residir y a reinar como soberano, por eso no dejo de ser saludado como Rey de Nùpé, en Empé : Kábíyèsí Olútápà Lempé.

   

Se lo sincretiza con San Roque, quién
habiendo quedado huérfano muy joven, vendió toda la herencia familiar para
entregar los beneficios a los pobres. En la región de Toscaza, se instaló en un
hospital y se dedicó a servir a todas aquellas personas que estaban infectadas de
peste, logrando curaciones inexplicables y maravillosas. Estando en contacto con
sus enfermos, se contagio la peste y para no infectar y ser el agente transmisor, se
trasladó a un bosque donde cada día recibía la visita de un perro que le llevaba un
pan. El dueño del can, asombrado de ver como le robaba todos los días un pan de
su mesa, decidió seguirlo y allí se encontró con San Roque, medio moribundo,
mientras el perro le lamía la herida de su pierna. El hombre conmovido con tal
situación, lleva a Roque a su casa, lo alimenta y lo cura, mientras el Santo le
expresaba y explicaba palabras del evangelio. Por eso en las estampas deSan
Roque se lo ve con un perro, quién hizo posible la cura del Santo, y éste a su vez
logra convertir a su amo, que escoge dejar la vida mundana para seguirlo en sus
peregrinaciones.

 

Debajo de la paja-da-costa, Obàlúwàiyé guarda los secretos de la muerte y del renacimiento, que solo pueden ser compartidos entre o iniciados. La relación de Omolú con la muerte deriva en el acto de ser la propia tierra, que proporciona los mecanismos indispensables para la mantención de la vida. El hombre nace, crece, se desenvuelve, se hace fuerte delante del mundo, pero continua frágil delante de Omolú, que puede devorarlo en cualquier momento, pues Obàlúwàiyé es la tierra, que va a consumir el cuerpo del hombre en la ocasión de su muerte. Omolú anduvo por todos los rincones de África, durante el período pre civilización. Del punto de vista histórico, Omolú es la edad anterior a la edad de los metales, camino por todos los lugares del mundo, conoció todos los dolores del mundo, superándolas a todas. Por eso Obàlúwàiyé se transformo en médico, el médico de los pobres, pues, mucho antes de la ciencia, salvaba la vida de los necesitados; durante la esclavitud, sólo no puede superar la crueldad de los señores, pero de enfermedades libró a mucho negros y hasta hoy muchos pobres solo pueden recurrir a Omolú que nunca les falta.

 

 

LEYENDAS

 

 

... tranquilizando al guerrero
Era un guerrero terrible que, seguido de sus tropas, recorría el cielo y los cuatro puntos del mundo. Él masacraba sin piedad aquellos que se oponían a  su pasaje. Sus enemigos salían de los combates mutilados o morían de peste. Así, llegó Xapanã al territorio Mahí, en el Daomé. La tierra de los Mahis comprendía las ciudades de Savalú y Dassa Zumê. Cuando supieron de la llegada inminente de Xapanã, los habitantes de esta región, apavorados, consultaron un adivino. Y así él habló: "Ah! El Gran Guerrero llegó de Empê! Aquel que se hará el señor del país! Aquel que hará esta tierra rica y próspera, llegó! Si el pueblo no lo acepta a él, él lo destruirá! Es necesario que supliquen a Xapanã que los perdonen. Háganle muchas ofrendas; todas las que él guste: inhame pelado, judías, harina de maíz, aceite de dendê, picadillo de carne de chivo y mucha, mucha pipoca! Será necesario también que todos se postren delante de él, que lo respeten y lo sirvan. Luego que el pueblo lo reconozca como padre, Xapanã no lo combatirá, pero protegerá a todos!"
Cuando Xapanã llegó, condujo sus feroces guerreros, los habitantes de Savalú y Dassa Zumê lo reverenciaron, postrando sus cabezas en el suelo, y lo saludaron: "Totô hum! Totô hum! Atotô! Atotô!" "Respeto y Sumisión!" Xapanã aceptó los presentes y los homenajes, diciendo: "Está bien! Yo los perdonaré! Durante mis viajes, desde Empê, mi tierra natal, siempre encontré desconfianza y hostilidad. Construyan para mí un palacio. Es aquí que viviré a partir de ahora!" Xapanã se instaló así entre los Mahis. El país prosperó y enriqueció y el Gran Guerrero ya no volvió la Empê, en el territorio Tapá, también llamado Nupê.
... la venganza
Por prudencia, es preferible llamarlo Obaluaê, el "Rey, Señor de la Tierra" o Omulú, el "Hijo del Señor". Cuando Xapanã se instaló entre los Mahis recibió, en una nueva tierra, el nombre de Sapatá. Ahí, también, era preferible llamarlo Ainon, el "Señor de la Tierra", o, entonces, Jeholú, el "Señor de las perlas". El hecho de ser llamado Jeholú y Ainon causó malentendidos entre Sapatá y los reyes del Daomé, pues ellos también usaban estos títulos. Celosos, los Jeholú de Abomey expulsaron, varias veces, Jeholú Ainon del Daomé y lo obligaron a volver momentáneamente, a la tierra de los Mahis. Jeholú Ainon se vengó: varios reyes daomeanos murieron de viruela! Atotô!
... la miel de Óxun
Obaluaiê era muy mujeriego y no obedecía a ningún mandamiento. En una fecha importante, Orunmilá le advirtió que se abstuviera de sexo, lo que él no cumplió. Aquel mismo día poseyó una de sus mujeres.
En la mañana siguiente se despertó con el cuerpo cubierto de llagas. Sus mujeres pidieron la Orunmilá que intercediera junto a Olodumare, pero este no perdonó a Obaluaiê, que murió enseguida. Orunmilá usando la miel de Oxun, lo desplegó por sobre todo el palacio de Olodumare. Este, muy gustoso, preguntó a Orunmilá quien había desplegado en su casa tal producto. Orunmilá le dijo que había sido una mujer. Todas las divinidades femeninas fueron llamadas, pero faltaba Oxun, que confirmó al llegar que era suya aquella miel. Olodumare le pidió más, a lo que Oxun le hizo una propuesta. Oxun daría a él toda la miel que quisiera, a partir de que resucitara a Obaluaiê. Olodumare aceptó la condición de Oxun, y Obaluaiê salió de la tierra vivo y salvo.
... el bello
Llegando de viaje a la aldea donde hubo nacido, Omulu vio que estaba aconteciendo una fiesta con la presencia de todos los Orixás. Omulu no podía entrar en la fiesta, debido a su apariencia. Entonces se quedó acechando por las afueras del lugar. Ogum, al percibir la angustia del Orixá, lo cubrió con una ropa de paja, con un capuz que ocultaba su rostro enfermo, y lo invitó a entrar y disfrutar la alegría de los festejos. A pesar de estar avergonzado, Omulu entró, pero nadie se aproximaba a él. Iansã miraba todo por el rabillo del ojo. Ella comprendía la triste situación de Omulu y de él se compadecía. Iansã esperó que él estuviera bien en el centro de la barranca. El xirê estaba animado. Los Orixás bailaban alegremente con sus equedes. Iansã llegó entonces muy cerca de él y sopló sus ropas de paja, le levantó las pajas que cubrían su pestilencia. En ese momento de encanto y ventisca, las heridas de Omulu saltaron para lo alto, transformadas en una lluvia de pipoca, que se esparcieron blancas por la barranca. Omulu, el dios de las enfermedades, se hubo transformado en un joven, en un joven bello y encantador. Omulu y Iansã Igbalé se hicieron grandes amigos y reinaron juntos sobre el mundo de los espíritus de los muertos, dividiendo el poder único de abrir e interrumpir las demandas de los muertos sobre los hombres.